En el imaginario colectivo, cada profesión se caracteriza por representar unos ideales determinados. Los psicólogos no somos una excepción.
Así, podemos pensar que los filósofos son personas eruditas que reflexionan y toman sabias decisiones; que los médicos mantienen un estilo de vida saludable; que los arquitectos viven en casas de ensueño o que los economistas ganan muchísimo dinero porque realizan las mejores inversiones.
En el caso de los psicólogos, esos ideales los encarnan personas con grandes conocimientos sobre la conducta humana y con un comportamiento adecuado a cada situación.
De este modo, tendemos a pensar que son personas empáticas, con una gran capacidad de escucha, asertivas, sensatas, racionales, equilibradas emocionalmente, con una actitud proactiva ante la vida y que siempre están dispuestas a ayudar.
Pero cualquiera que tenga un amigo íntimo psicólogo, sabrá que este tiene tantos o más problemas que él.
Los psicólogos también sufren estrés, viven crisis de pareja, tienen conflictos familiares, se desesperan con sus hijos adolescentes, se deprimen o sufren adicciones. Igual que el común de los mortales.
Y como es evidente, los filósofos también toman malas decisiones, no todos los médicos llevan un patrón de vida saludable, los arquitectos viven en casas de todo tipo y los economistas también hacen malas inversiones y se arruinan.
De la teoría a la práctica
Poseer conocimientos teóricos proporciona una serie de ventajas incuestionables a nivel laboral. Sin embargo, llevarlos a la práctica en nuestro día a día resulta algo más complicado de aplicar de lo que puede parecer a priori.
Los estudiantes de psicología (y de cualquier otra disciplina) tienen una forma de ser y de actuar bastante consolidada al iniciar sus estudios universitarios.
Su personalidad está definida por una combinación de su temperamento y de sus experiencias vividas hasta ese momento. Eso conlleva una inercia que no va a cambiar de la noche a la mañana por el simple hecho de asistir a clase o de asimilar cualquier teoría psicológica.
Por tanto, si el estudiante consume cannabis, apuesta regularmente por internet o es cleptómano, necesitará hacer una serie de cambios que muy posiblemente no pueda realizar sin la ayuda de un experto. Lo mismo que cualquier persona que quiera dejar atrás una adicción o un trastorno.
Por otro lado, si desea mejorar su calidad de vida siendo por ejemplo más empático, el futuro psicólogo tendrá que incorporar esa conducta a su día a día.
Tendrá que buscar situaciones donde pueda ponerla en práctica, considerar si lo ha hecho adecuadamente, analizar qué podía haber hecho de otro modo y mejorar a la siguiente ocasión. Idéntico a cualquier persona que desea progresar en su desarrollo personal.
De qué sirve haber estudiado psicología a los psicólogos
Entonces, ¿estudiar psicología no le vale de nada?
¡Pues por supuesto que sí!
Le sirve para desarrollar su profesión en la que es necesario conocer:
- Cómo funcionan los procesos cognitivos básicos como la memoria o la atención.
- El componente neurofisiológico del comportamiento.
- La personalidad y los principales trastornos psicopatológicos.
- El comportamiento colectivo.
- Los trastornos del desarrollo.
- La evaluación y la intervención psicológica.
Y tantos otros conocimientos que se aprenden a lo largo de la carrera, postgrados y másteres.
Gracias a ellos el psicólogo podrá ejercer su profesión de forma reglada y con garantías de formación. Lo que no está tan claro es que le sirva para su vida personal, al menos no de forma tan inmediata porque saber no equivale a ser.
Para llegar a ser la persona que describíamos al inicio, cualquier psicólogo deberá aplicar algo más que la teoría a su cotidianidad. Tendrá que experimentar, equivocarse, caer, aprender de sus errores, empezar de nuevo y ser consciente de su propio crecimiento personal.
Obviamente esa transformación no será homogénea. En algunos aspectos le costará poco progresar, gracias a sus conocimientos y a su interés por el desarrollo personal. En cambio en otros le resultará extremadamente complicado.
Y ello no le convertirá en un peor profesional, al contrario, le hará una persona mucho más experimentada y sabia.
Alguien que no se conforma con unos conocimientos teóricos, sino que se atreve a vivir y a probar las mieles y las hieles de la vida.
Le llevará tiempo, años, toda la vida, pero será la única manera de acercarse a la mejor versión de sí mismo y de poder llegar a ser algún día un referente para los demás.
Exactamente igual que cualquier persona que pretenda evolucionar.
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Montse Armero